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  • Diario Digital | viernes, 03 de mayo de 2024
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Jorge M. Mosquera Longueira, nacido en La Coruña, escritor y abogado, con despacho profesional en Burgos y especialización en Derecho Penal y Militar 

 

Es lo que se percibe cada vez que un telediario comienza su emisión con la noticia de que una mujer ha sido asesinada, o agredida por su pareja. Pero no sólo dolor. También impotencia. Los periódicos lo anuncian. Otra vez, un “animal” ha matado a su pareja. A él, se le aplicará la ley a posteriori y ella será una más de las cincuenta y siete mujeres víctimas de violencia en 2015 o de las seis en lo que llevamos de año.

¿Qué hacer para eliminar esta lacra de nuestro repertorio corriente? ¿Qué hacer para evitar que algunos hombres se legitimen como tales maltratando o asesinando mujeres? Ninguna medida se ha visto obsequiada con unos resultados mínimamente prometedores. Las órdenes de alejamiento han dejado de ser efectivas. Un endurecimiento de las penas, hacer públicas las listas de los maltratadores antes de que se conviertan en asesinos o aprovechar los nuevos métodos que nos ofrece la tecnología como pulseras y otras medidas coercitivas, tampoco se han probado positivas. Algunas quizá sean efectivas, pero no todas son productivas. Aquí es donde el equilibrio del tren falla y las realidades se tambalean, ya que no es suficiente endurecer la ley o imponer mayores penas. Eso sería generalizar la solución de un problema y no es fácil hacerle entender a un maltratador que tendrá ciertas penas si mata a su pareja, si luego piensa suicidarse. La ley se ha revelado insuficiente y ningún gobierno puede descuidarse o hacerse el descuidado con algo de tal trascendencia.

Pidámosle la aplicación directa del artículo 14 de la Constitución “todos somos iguales ante la Ley “y que los gobiernos – del color que sean-, hagan como su corolario una Ley de Educación en condiciones, con acuerdo social de todos los interlocutores políticos sin excepciones. Pidámosle que se eduque a niños y niñas, desde su más tierna infancia, favoreciendo la desaparición de los perjuicios de género que se puedan tropezar en la escuela. Pidámosle que se promueva una enseñanza y unos sistemas educativos desde el marco de los colegios de infantil y primaria y fundamentalmente en la enseñanza secundaria, que avalen la igualdad entre chicos y chicas que enseñen el respeto a las personas más allá de sexos o tendencias. Pidamos, por fin, que ese gobierno iguale las condiciones laborales entre sexos, y con ello los salarios. Y nosotros enseñémosles a ser personas además de enseñarles a ser hombres o mujeres. Eliminemos de un plumazo las diferencias sustanciales entre ellos y que nadie pueda ver a la mujer como el miembro más débil. Quizá esto sea posible. No olvidemos que la violencia es una reacción aprendida, no innata. Con todo, no parece fácil, por ello no perdamos de vista lo dicho recientemente por el arzobispo de Toledo “Por muy buenas leyes que existan o salgan de nuestros parlamentos, el ser humano es interioridad y poco se puede hacer si no se cambia por dentro".