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  • Diario Digital | sábado, 04 de mayo de 2024
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Mohamed Chakir Zukri primer clasificado de la 2ª edición del concurso “Carta a un soldado español”, convocada por MINISDEF

En el Centro Cultural de los Ejércitos de Ceuta, en la celebración del día de la Delegación de Defensa se entregaron los premios de la 2ª edición del concurso “Carta a un soldado español” convocado por el Ministerio de Defensa, el cual estuvo representado por el Secretario General Técnico, al Subdirector de Administración Periférica y a la Subdirectora General de Publicaciones Patrimonio Cultural, el primer clasificado fue Mohamed Chakir Zukri del IES “Clara Campoamor”.

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Mohamed Chakir Zukri primer clasificado de la 2ª edición del concurso “Carta a un soldado español”, convocada por MINISDEF

Puedo y quiero

Hacía frío, y las calles de Barcelona eran un auténtico espectáculo de colores naranjas y amarillentos, dignos de un buen día de otoño.

Javier, salía de trabajar y se apresuraba a casa para no perderse su programa favorito. Todos los días lo mismo y a la misma hora. Como de costumbre, lo primero que hacía era poner a al fuego sus palomitas, para, después de ducharse, disfrutar de ellas sentado en su sofá. Después de eso se quedó dormido, hasta que el diluvio que se producía en la calle le despertó. Refunfuñando, se levantó a cerrar las ventanas y se paró por un instante a contemplar la cortina de agua que caía sin cesar de aquellas nubes negras que arrojaban contra el suelo toda su dureza.

A la mañana siguiente, Javier salió por la puerta corriendo a la vez que se anudaba la corbata, pues pensó que llegaba tarde a su trabajo de oficinista. Corrió y corrió hasta que en el metro vio que tenía su reloj atrasado una hora.

En las cercanías del trabajo, ya más tranquilo, se dedicó a ver los estragos que había causado la lluviosa noche anterior: tiendas destrozadas, árboles arrancados y cornisas derrumbadas, entre otras cosas. De pronto, se fijó en una mujer sentada al final de unas escaleras que, con la miraba baja, observaba la cantidad de pies que pasaban junto a su taza de pedigüeña, con la esperanza de que alguien depositase en ella algo de limosna. Javier se acercó para darle unas monedas que guardaba en el bolsillo de su chaqueta y la mujer le respondió con unas tímidas y sinceras “gracias”.

En el mismo sitio, un día después, volvió a encontrarse con aquella mujer. Esta vez más interesado, Javier, se atrevió a preguntarle por qué no pedía ayuda al gobierno. Ante su negativa a contestar se dio la vuelta para irse, no antes de dejarle algo de dinero. En ese instante la mujer se giró para contarle, con voz temblorosa y tartamudeando, la situación de miles de personas indigentes que pasaban por lo mismo que ella. Después de una pequeña conversación, el veinteañero prosiguió su camino en dirección a la empresa en la que trabajaba.

Sentado en la silla de la oficina, se dio cuenta de que no todas las personas corrían su misma suerte, porque las había que no tenían ni para comer. Estaba claro que estas personas no tenían la culpa de haber nacido en tales condiciones. Y Javier empezó a buscar en su ordenador información sobre quiénes eran los que ayudaban a esa gente, a la que a él le daban unas enormes ganas de echarle una mano. Y descubrió que, sin duda, el símbolo de protección y ayuda a desfavorecidos, no solo en su país, sino en todo el mundo, era el ejército.

Los militares según comprobó, desempeñaban una labor humanitaria que sentía que él también debía acometer.

Aquel mismo día Javier llamó a un antiguo compañero de clase que era soldado, para conocer más sobre aquello; pero después de la llamada se dio cuenta de que su excompañero no estaba ahí por otra cosa más que por dinero. Él no era así, Javier sentía que debía hacer algo para que nadie en el mundo fuera a la guerra, pasara hambre o no tuviese donde vivir.

La decisión estaba tomada. Era definitivo. Semanas después, Javier presentaba su dimisión ante la sucursal. Estar en una silla sin hacer nada por nadie parecía que no era lo suyo. Al tener un expediente bastante bueno y un curriculum destacable no le sería difícil alistarse al Cuerpo. Tras el examen y unas pruebas que superó, Javier Carmona Mazaches se convertía en recluta del ejército, como soldado.

Le exigían tener un buen estado, tanto físico como mental, algo nuevo para una persona no acostumbrada a hacer ejercicio, y él lo sabía, pero aun así siguió esforzándose para alcanzar su meta, pues pensó que podría ayudar a muchas personas de esta manera.

Así, pasaron los días y las semanas, Javier ya no era esa persona perezosa y que se levantaba con mal humor, sino todo lo contrario.

En el ejército, siempre que se enteraba de algún caso en el que se necesitaba la mayor ayuda, él era el primero en ofrecerse voluntario para ello. De repente, a mediados de verano, los termómetros estallaban y el fuerte calor hizo que se produjera un incendio en el norte del país vecino. Todos los bomberos intentaron calmar el fuego pero las llamas eran colosales y el viento dificultaba la operación.

Javier se enteró en el telediario, y tan solo verlo contactó con las fuerzas militares, proponiendo una ayuda inmediata, tomando él mismo el liderazgo. A él no solo le preocupan las personas de su país, sino cualquiera que lo necesitase, dejando atrás los prejuicios.

De tal manera, esta persona, siguió dando todo de sí, puede que no llegara a arreglar el mundo, pero sí a mejorarlo.

En mi opinión, debería haber más personas como Javier, que aprendieran de sus errores e intentaran vencer los obstáculos de la vida. Porque son muchos los que necesitan de otras personas para poder afrontar sus propios obstáculos y es ahí donde las fuerzas armadas juegan su papel. Prestarse a ayudar a la gente, al vecino de al lado, es lo que se debe hacer.

No cuesta nada. ¿No?