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  • Diario Digital | domingo, 05 de mayo de 2024
  • Actualizado 00:05

Jorge M. Mosquera Longueira, nacido en La Coruña, escritor y abogado, con despacho profesional en Burgos y especialización en Derecho Penal y Militar  

Todo tiene su fín

 

Hasta aquí hemos llegado. Esto no da para más. Los devaneos electorales, un exceso de apariciones mediáticas, una débil configuración de los programas electorales, una indebida confección de las listas electorales, la mala leche…, han llevado a la más que posible desaparición del bipartidismo que hemos conocido como una de las marcas de agua de la democracia. De cómo han llegado a esta situación deberán dar buena cuenta los ideólogos de los partidos, máximos responsables del fiasco. Ahora queda aplicar a rajatabla el máximum del cálculo electoral y la eliminación de líneas rojas, so pena de entrar en una dinámica –no deseada- de repetir elecciones.

Si nos basamos en lo prometido en campaña, no cabría pacto alguno, pues las relaciones entre derechas e izquierdas no han quedado bien paradas. Pero las ideas que representan los partidos no pueden cercenarse porque el candidato de turno haga suyo el poder del bien y el mal y elija lo que conviene al partido. Los candidatos deben llevar escrito en su ADN que ellos vienen y van, pero las ideas y los partidos siguen.

Con la nueva configuración de la cámara baja, el PP no dispone de suficientes votos y apoyos para formar un gobierno de garantías. Ciudadanos –poniéndose de perfil- únicamente ha dicho que se abstendrá ante la formación de gobierno por la lista más votada.

El PSOE, por supuesto tampoco los dispone. Ni siquiera con Podemos. Los programas de algunos partidos de su órbita, en cuanto a la Unidad de España, no son aptos para que un partido de marcado sabor nacional como el PSOE, los considere aceptables. Don Quijote dixit “casamientos de parientes tienen mil inconvenientes”. Difícil tarea.

Además, Iglesias, irrogado en el papel de nuevo líder de la izquierda, ha aparecido como si del presidente se tratase. Henchido de ínfulas y antes de saber si tiene opciones de gobierno, ha dicho que le dará un repaso a la Constitución que la dejará como nueva. Obviamente, esquivando que, aun en el supuesto más favorable, cualquier reforma constitucional -entre ellas la del referéndum para Cataluña o la de la plurinacionalidad de España-, llevaría consigo un obligado trámite de control por el Senado. Casualmente, en este momento, en manos de PP.

¿Se ha acabado, entonces, el bipartidismo? Puede ser. Pero de reavivarlo, habría que pasar por comprobar la continuidad de Pedro Sánchez, por comprobar si Rajoy es amortizable, por preguntar su opinión a Susana Díaz o por preguntar a los barones regionales del PSOE su opinión sobre una unión con Podemos que llevase consigo una aceptación de sus marcas nacionalistas.

Posiblemente un pacto entre PP y PSOE acabaría con estos dilemas, pero lo seguro es que por fin podríamos olvidar la guerra civil.