Tiempo de Ocio Ceuta

  • Diario Digital | viernes, 26 de abril de 2024
  • Actualizado 00:01

Los observadores de obras

Los observadores de obras

De paseo, saludo a unos abuelos, apelativo de postín, observadores de la obras de la ciudad, hablando de los avances que se realizan en obras que han dado lugar a la peatonalización del centro y comentando la imagen desértica que se observa en la ciudad cualquier fin de semana a una hora no muy tardía.

No tardan en comenzar los recuerdos y uno de ellos, el más mayor, me dice recordar el trajín que la circulación había dado a la ciudad para hacerla crecer en importancia comparándola con otras grandes ciudades del país. Otro, armado de bastón, mira al cielo y reflexiona sobre unas máquinas que por medio de grandes agujeros nos permiten ir de aquí a allí sin pasar por el anterior asfalto.

El más joven especula sobre el boom inmobiliario y  la revolución urbanística y con ella la aparición de un nuevo oficio. El observador de obras. Grandes cantidades de obras de todo tipo y condición se amontonaban por todas partes llenando la ciudad de unas grúas que el paso del tiempo fue haciendo familiares y a las que se asimilaba con una nueva construcción. Aquella ciudad tan llena de obras y de  vallas. Su cara se entristece un tanto y casi sin pedírselo, me dice que ya no hay obras. Que ya no quedan. Que la crisis nos ha afectado a todos, pero más que nada a ellos.

Éstos, pensionistas, jubilados –corredores de bolsa según una amplia corriente- incluso parados de más o menos larga duración, entretenían su tiempo parándose en las vallas de la ciudad sacando información sobre el qué, cómo y porqué se estaba haciendo semejante obra en semejante lugar. Bastaba con ver la colocación de una de aquellas grúas para frotarse las manos con impaciencia por acercarse a observar. Pero…vaya faena. Antes, las obras que se hacían a lo largo y ancho de la ciudad estaban protegidas exclusivamente por una tela mallada no demasiado consistente o anteriormente por la típica malla de alambre que no impedía ver lo que se desarrollaba dentro. La técnica era la de ir metiendo un dedo entre la tela y hurgar hasta que se veía algo… Pero esta forma de diversión ha acabado. Ahora las obras en la ciudad ya no se limitan a ese vallado sino que ahora ponen unos listones de madera imposibles de agujerear y que impiden observar el estado de cada obra, el estado de la faena e incluso hacer buenos comentarios sobre la habilidad de los operarios en su labor. Con estas nuevas modas, los abuelos, se deben remitir exclusivamente a las obras municipales que son las únicas que no disponen de momento de vallado o mallado. Con risas me dicen que de seguir así, acabará por desaparecer uno de los oficios más importantes de los últimos tiempos: el observador de obras. El único empleo efectivo una vez pasado a jubileta. -Bueno, no, dice otro. También el de niñera y el de corredor de bolsa. Todos ríen.

La conversación retoma la crisis y al daño producido llevándose por delante montones de empleos y trabajos. -La de oficios que yo he conocido y que ahora, una vez que los titulares se han jubilado, se lo han llevado consigo. Y comienza una retahíla de ellos que, a lo largo de sus ya muchos años, han conocido y que ya no existen. –Recuerdas el sereno, los afiladores, las cigarreras, el pregonero, el lechero, las lavanderas, el ebanista, los bolicheros, -oye, que estos todavía existen- discute otro de ellos, las plañideras -uno de ellos suelta una risita-, o las vendedoras de pescado por las calles con unas patelas irreprochables…

Me tengo que marchar -les digo-, otro día hablamos de los buenos tiempos del Monte Hacho y del Príncipe. Y allí quedan añadiendo datos a una relación de la que, bien estaría se tomase buena nota para no olvidar nuestro pasado.